lunes, 28 de marzo de 2016

LOS GAUCHOS ENTRERRIANOS

LOS GAUCHOS ENTRERRIANOS 

Una soleada mañana de domingo del año 1939 mis hermanos y yo visitamos al abuelo materno en su chacra a tres kilómetros del pueblo La Capilla, Entre Ríos.  

Regresamos al atardecer en el auto de mi padre, un Ford A modelo 1931. 
Mi madre, que viajaba en el asiento delantero, junto a mi padre y mi hermanita, giró su cabeza para observarnos a mi hermano y a mí en el asiento trasero exclamando: 
 - ¡Cómo se divirtieron! -mantuvo la sonrisa esperando nuestras respuestas. 
 - ¡Siíí! -exclamé- No quedó lugar de la chacra del abuelo al que no hayamos ido con el nieto de doña Pepa y los hijos de López
 - La señora de López se alegró al vernos; -agregó mi hermano Guillermo- dijo que para la tarde nos haría tortas fritas. ¡Sabrosísimas, se deshacían en la boca! 
 - Porque las fríe en grasa. -agregué. (nuestra madre las freía en aceite).  
 - ¡Qué buenos son todos los López! -afirmó mi madre.
 - López es un gaucho con todas las virtudes que los caracteriza.-dijo mi padre.   
 También son gauchos buenos los mensuales del tío Carlos y del de tío León.
 - Cuando se trata con respeto al mensual gaucho es fiel, noble, discreto, servicial y dispuesto a dar la vida por su empleador.
 - ¿Por qué decís empleador y no patrón?  
 - Los terratenientes se hacían llamar "patrón" suponiendo que así los peones serán más dóciles y serviles
  - Servil no es lo mismo que servicial. -afirmé haciéndome el sabelotodo.
  - Claro que no; servil es obsecuente, sumiso, temeroso. Servicial es el dispuesto a hacer favores. Serviciales fueron los gauchos entrerrianos al ofrecerse ante los inmigrantes que vinieron cultivar la tierra, para sacar de sus parcelas árboles propios de la flora selvática entrerriana, sin pretender nada a cambio.  
  - Como una gauchada.
  - Si, así nació ese término, ser servicial era una de las virtudes del gaucho. Considero oportuno sugerirles interiorizarse de las características propias de los gauchos  para que emulen lo que consideren positivo. En casa tenemos varios libros de temas gauchescos. Léanlos y traten de emular lo que consideren positivo. 
Mi hermano y yo tomábamos muy en cuenta los consejos de nuestros padres.         
Al llegar fuimos a elegir los libros de la temática gauchesca.  

                                                                 *
                                                                        
"Los gauchos, -escribió Juan José Güiraldes, Presidente de la Federación Gaucha Argentina, (en un libro editado por Cosmogonías), -se convirtieron en expertos jinetes y domadores entre 1550 y 1750 cuando los acopiadores de cueros y sebo requirieron sus servicios como "changadores", término con que designaba a quienes se dedicaban a la cacería del ganado vacuno y caballar, prodigiosamente multiplicado desde la época en que los conquistadores trajeron a estas latitudes unos pocos animales de ambas especies. Después de desjarretarlos, que consistía en cortar los tendones en la curva de las patas traseras, (detrás de las rodillas), con una filosa cuchilla en forma de medialuna, aplicada al extremo de una pica, les daban muerte para sacarles el cuero y el sebo, que era, en ese entonces, los más importantes productos de comercialización. Con ese trabajo obtenían recursos para su sustento.
Los gauchos nacieron y se hicieron de a caballo y recibieron su bautismo de fuego antes de que naciera la Patria liberada.
En 1806, cuando desembarcaron los invasores británicos, se enrolaron para reconquistar la ciudad de Buenos Aires poniendo en acción su coraje y su destreza en el manejo del caballo. Emplearon sables y carabinas cortas (tercerolas), el lazo y las boleadoras también les sirvieron como armas. Los que lucharon a pie usaron sus dagas o sus cuchillos de trabajo. Aunque dispersos, por improvisados combatientes, enfrentaron a los invasores en las Chacras de Perdriel demostrando su coraje y sus aptitudes de hombres de a caballo. Doce días después, los invasores capitularon. Regresaron al año siguiente, y, nuevamente rechazados, no volvieron nunca más.
Después de la Revolución de Mayo de 1810 nacieron los primeros ejércitos patrios en que los gauchos fueron protagonistas cuando cargaban a sable y a lanza. 
Los Granaderos a Caballo del General San Martín, en los que había gauchos, fueron lo que hoy es un cuerpo de élite, calificados como los mejores. Se caracterizaron por el despliegue de sus escuadrones y su accionar legendario. 
Los gauchos guerrearon en las campañas emancipadoras y en la efectiva ocupación del mal llamado Desierto Patagónico, para que sus hermanos (e inmigrantes agricultores) comiencen a producir la riqueza agropecuaria en la zona pampeana.  
Los gauchos soportaban la soledad y las inclemencias del tiempo, se procuraban su alimento, aguantaban las adversidades y luchaban hasta su último aliento.
(Me permito recordar que los gauchos dieron su sangre en las luchas por la independencia y contra los indígenas. ¡Qué ironía hacerlos luchar contra sus medio hermanos españoles y contra sus medio hermanos indios!) 
Fue en las estancias, verdaderas aldeas de pobladores rurales, donde los gauchos se incorporaron a la civilización del país convirtiéndose en los primeros habitantes de poblaciones perdidas en el Desierto. Allí tornaron el fundamento de su personalidad hospitalaria y su capacidad de arraigo. De la intemperie desolada pasaron al rancho de adobe donde formaron su familia, generalmente numerosa, y a cuyos hijos criaron a su imagen y semejanza. Fueron peones en las primitivas estancias que levantaron los pioneros, y de las contemporáneas que se fundaron después, hoy exponentes de la evolución del hombre del campo argentino.
"Estos hombres no fueron aventureros -dice Borges- pero los arreos los llevaron lejos, y más lejos aún los llevaron las guerras. Los gauchos vivieron su destino como en un sueño sin saber quiénes eran o qué eran". 
La estancia les dio identidad social y cultural; allí, a la par del estanciero, se consolidaron como hombres de trabajo y de tradiciones distinguiéndose en las tareas camperas en las que se apoyó la prosperidad del país; esa prosperidad que, en la segunda mitad del siglo XX, hizo que la Argentina fuera llamado el granero y la estancia del mundo, contándoselo entre las seis naciones más adelantadas del planeta, tanto en el campo de la economía, como en el de la cultura.
El gaucho de ayer y el de hoy sintetizan la vertiente de nuestra raza hecha de sangre derramada. Si nada existiera en nosotros, sería nuestra obligación crear valores por la ley moral del amor y por la ley física del horror al vacío".

                                                                      *

Leopoldo Lugones habla con propiedad de los gauchos al decir: 
"La guerra de la independencia que nos emancipó; la guerra civil que nos constituyó; la guerra contra los indios que suprimió la barbarie en la totalidad de nuestro territorio; nuestra fuente literaria; las prendas fundamentales de nuestro carácter; las instituciones más peculiares; las que, con el caudillaje fundamentó la Federación y las Estancias que llevaron la civilización al Desierto, fue gaucha. 
En el momento más solemne, fueron los gauchos los que se destacaron logrando nuestra emancipación de libertad trasmitiendo a los argentinos de hoy un sentido irrenunciable de esa Libertad. 
La sombra protectora del pasado, en que el gaucho fue protagonista de sus hazañas avanza junto a nosotros. 
Los gauchos de hoy son los mismos hombres de ayer, no importa si su ropaje o la mutación de algunas de sus costumbres cambiaron en algo sus tradiciones. 
De ellos nos llega el fuego inextinguible de la amalgama del hombre con la tierra".
                                                         
                                                                    * * *                                                                                                                                                        
"El gaucho fue el producto de la mestización de indios con mujeres blancas raptadas durante los malones a estancias, pueblos, fortines, caravanas, etc.

La palabra GAUCHO según mi deducción, -al magen de lo etimológico- habría nacido de unir la primera sílaba de “gauderio”, -término del sur de Brasil para mencionar al hijo de indio con mujer blanca-, y la segunda sílaba de huascho, vocablo quichua con el que denominan al desamparado y al huérfano. 

                                                                               *

EL HIJO DE LA  CAUTIVA                                                   Relato basado en hechos reales.

La cautiva salió de su desmayo tendida en un camastro dentro de un toldo de cueros. Allí, cerca de ella, estaba anciana india sentada en la ósea ósea estructura de una cabeza de vaca. 
 - ¿Qué pasó? ¿Dónde estoy? -preguntó mirando en derredor.
La india le habló con suavidad en dialecto incomprensible.
Un dolor lacerante hizo que lleve una de sus manos a su entrepierna.
 - ¡Oh, no! -exclamó horrorizada al comprobar que fue violada. 
Lloró horrorizada por el oprobio que ello implicaba. 
La joven india se acercó a ella hablándole con palabras suaves que no entendió y le ofreció un tazón con una infusión de yuyos. La joven la bebió de a sorbos para no desairar a la anciana que se mostraba atenta. 
Por a luminosidad que se colaba por los pequeños agujeros de la costuras de los cueros que formaban el toldo estimó que sería el medio día. Eso significaba que su desmayo se extendió por horas desde el ataque a la estancia por el malón. 
La cautiva comió disimulando su desagrado por el sancocho que le dio la anciana. 
Despertó cuando oyó que la india hablaba en tono imperativo con quien pretendía entrar al toldo. Al cerrar el cuero que cumplía la función de puerta, la cautiva vio a quien discutía con ella; era el indio que la raptó
La anciana  se acercó a la joven y la abrazó pronunciando palabras que no entendió. La india se quedaba junto a ella, durante el día, sentada en el hueso de cabeza de vaca, por la noche acostada en un cuero. Por momentos canturreaba en su dialecto.
La joven se aferraba a la ilusión de ser rescatada por los soldados
Repasaba mentalmente, una y otra vez los sucesos de la noche del ataque del malón a la estancia: los fogonazos de los trabucos de los peones; que caían por los golpes de boleadoras o lanzazos de los salvajes; los gritos de sus padres, hermanos y de su cuñado gritándole que se esconda. La imagen del salvaje de crenchas engrasadas que la sacó de los pelos desde su escondite detrás del piano; el indio corriendo con ella al hombro, su golpe cuando la largó sobre el lomo del caballo, él montando y su mano presionándola mientras el caballo emprendía frenéticamente carrera; la brusca frenada junto a los árboles, su caída y los brutales golpes del indio encima de ella.  

La joven se dio vuelta en el camastro al oir el tono imperativo de la voz de la anciana impidiendo entrar al indio que la violó.   
Cuando la claridad ingresó al toldo, la joven supuso que el salvaje se había ido.

La cautiva comenzó a tener náuseas. Se lo adjudicó al sancocho que comía.

Con el transcurrir de los días otros indicios la hicieron recordar que su hermana tuvo náuseas y rechazaba la comida cuando quedó embarazada. - ¡Oh, no! -gritó haciendo sobresaltar a la india, que se aproximó a ella con expresión interrogadora. Descubriéndose se tocó su vientre haciendo gestos con sus manos para explicarle que su vientre estaba más grande. La india pareció entenderla porque la abrazó con ternura y alegría en su rostro. La joven comprendió que esa anciana era la madre de raptor, y se alegraba porque esa joven blanca le daría un nieto. 
Pensó en el desprecio de su familia por traer al mundo al hijo de un indio.  
No soportaba la idea de vivir con esos indios. Escapar... ¿hacia dónde? 

Las indias que atendieron el parto de la cautiva blanca, pusieron al recién nacido junto al pecho de joven. Ella, con los ojos cerrados, no quería ver a su hijo temiendo que tenga los rasgos del indio que la raptó y violó. 
Su ansiedad por el deseo de que haya heredado los rasgos faciales de su familia, hizo que lo mirara y vea su boca grande, su pelo renegrido, sus pómulos angulosos y suss ojos rasgados eran la réplica del salvaje que la violó. Apartándo : 
 - Críenlo ustedes, es un indio. -gritó cubriéndose la cabeza con la cobija y lloró hasta caer en largo sopor. 
   
Su rechazo hacia el producto de su violación fue cediendo ante el constante berreo del inocente. Lo arrimó a su pecho ayudándolo a prenderse a su pezón. 
Con el transcurrir de los días su instinto de madre superó su rencor.  
Mientras le daba de mamar a ese hijo no deseado, volvió a repasar lo sucedido la noche del asalto a la estancia. Ella agazapada detrás del piano fue hallada por el salvaje de crenchas engrasadas que la sacó de los pelos y la echó sobre uno de sus hombros. Sus puñetazos en la espalda del salvaje y su pataleo, de nada sirvieron ante la fuerza bruta del indio. Se sintió arrojada sobre la cruz de un caballo y el indio presionando su espalda mientras el caballo corría velozmente; la brusca frenada, el empujón de indio que la hizo estrellarse en el suelo, y el salvaje sobre ella golpeándola brutalmente nhasta hacerle perder el sentido... y su despertar en ese toldo. ¿Cuánto duró su desmayo?
                                                           
El pequeño se crió en la toldería y comenzó a balbucear en el dialecto de la indiada. 
El niño, aún pequeño, puso su bracito junto al brazo de su madre, y con palabristas en dialecto indio le preguntó por qué su piel era oscura y la de ella blanca. Su madre lloró sintiéndo que no le pertenecía.
La india vieja se esmeraba en atender a la joven y al hijo. 
La anciana hablaba en dialecto con el pequeño y él reía. 
Su madre se empeñó en que hablara el castellano, y él lo hacía cada vez que le decía algo, pero al hablar con su abuela lo hacía en dialecto indio. 
El niño fue obediente con su madre pero nunca rió con ella. 

                                                              *

EN BUSCA DE SU DESTINO

Con el transcurrir del tiempo el hijo de indio y madre blanca, siendo adolescente, mientras su madre dormía tomó algunas de sus prendas y montó su caballo, regalo del indio de crenchas engrasadas. Y esta vez salió a la pampa en la que solía ir con la indiada a cazar de vacunos y yeguarizos o a bolear avestruces. 
De ellos aprendió a sobrevivir en el desierto y valerse del cuero para usos múltiples. ecar la carne para hacer charque; a conservar cubriéndola con sal; a dejarla en agua durante la noche para poder usarla y muchas otras tareas: a cuerear los animales, a estaquear sus cueros para secarlos al sol; a sacar de ellos lonjas para riendas; finos tientos para trenzar y hacer lazos, maneas, boleadoras y muchas de las prendas que pueda necesitar en su errar por la pampa.

Cuando sintió necesidad de alimentarse taloneó su caballo y embistió de costado a un ternero que retozaba alejado del rebaño. Desmontó rápidamente y antes de que se reponga, lo degolló con su cuchillo. Cargo el ternero en la cruz del caballo y cuando vio un árbol se etuvo. Con unas ramas hizo fuego, mientras se asaba un pedazo de carne cuereé el ternero y estaqueó su cuero al sol para que se oree para canjearlo en el boliche por yerba, azúcar, cigarros y algo más. Conocía al bolichero por haber ido con la indiada a llevar cueros, cerdas y plumas de avestruz.  
En su andar hacia ese boliche cazó alimañas y nutrias a las que le sacó el cuero.
No equivocó el rumbo y llegó a la pulpería en la que se hallaban algunos gauchos a los que saludó en su elemental castellano. 
El cuero del ternero y los otros cueros le bastó para yerba, cigarros, fósforos, etc. 
Le ofreció media res del ternero por algunas prendas gauchas; el dueño del boliche aceptó y después de entregárselas le dijo que se las ponga en el galpón.  
Cuando volvió vestido de gaucho los gauchos le sirvieron una copita de ginebra.  
El mestizo les dijo que le quedaba medio ternero para comer con ellos.
A la sombra de un ombú hicieron fuego y pusieron a asar el medio ternero.
Uno de los gauchos comenzó a tocar la guitarra, y el recién integrado al grupo quedó absorto por al escuchar las melodías que salían de este instrumento pulsadas por las rústicas, pero hábiles manos del gaucho guitarrero y cantor. 
En ese primer contacto con los gauchos el mestizo encontró su destino, él sería un gaucho como ellos. 
Su habilidad con el caballo y las que fue adquiriendo con la indiada lo hacieron apto para trabajar en alguna de las estancias dispersas por la pampa. 
En esa etapa de andar errabundo lo halló una partida de soldados que lo llevaron a uno de los fortines para luchar contra los indígenas. 
Ese fue el "gaucho primitivo”; el que dio su sangre en las luchas para liberar estas tierras de los invasores españoles; el que moldeó el prototipo del gaucho que surgió en el siglo XVI y perduró hasta el 25 de Mayo de 1810.

Situaciones a las que estuvo expuesto agudizaron su instinto de vivir siempre alerta.
Los poetas compararon al gaucho con los mitológicos centauros. Esa imagen no es arbitraria, ya que el caballo fue su amigo inseparable y su bien más preciado.
Este gaucho primitivo, que regó con su sangre nuestro suelo, y de países hermanos, es el que recuerda en las Fiestas Patrias, pero que olvidan los gobiernos porteños; al que jamás prendieron una medalla al valor en su pilchas gauchas.
Mejor no entro a mencionar el abandono al que dejaron librado al Gaucho Rivero, el valiente entrerriano que capitaneó a los ocho gauchos que atacaron a los ingleses usurpadores de nuestras Malvinas.  
  
Llegó el día en que el gaucho primitivo levantó su rancho en terreno elevado cerca de un arroyo de aguas limpias; hizo las paredes con barro mezclado con yuyos y bosta de vaca, para que resista las lluvias y lo techó con paja brava.
Cuando encontró mujer para compañera, la conquistó y armó su familia. 
Pero llegó la leva y lo llevó a los fortines sin importar qué sería de su mujer e hijos. Así le pagó la Patria al gaucho su coraje en la luchas por la independencia. 

La segunda etapa del gaucho comenzó en 1815, y se extendió hasta 1846, en la que llegó el alambrado para delimitar los campos, época en que se dictó el decreto por el que todo el que no tenga propiedades sería reputado sirviente y estaba obligado a portar documentación (la “papeleta”) con la visa del patrón y la del juez.
Ahí comienza el injusto e ingrato capítulo de El gaucho perseguido”; la tercera etapa: la del ocaso del gaucho, en el contexto de la organización nacional y las profundas transformaciones en los campos de la Argentina.

EL GAUCHO PERSEGUIDO

Había gauchos que tenían su hogar fijo, (donde vivían con su mujer e hijos) en que desempeñaban tareas en establecimientos cercanos, aunque de hecho la mayoría andaba la llanura, sin otro sedentarismo que una corta temporada de “agregado” en alguna estancia (el “agregado” que recibía techo y comida a cambio de trabajos menores).

El firme desarrollo de la producción ganadera y el paulatino afianzamiento de las instituciones políticas iban creando un nuevo país, la nación moderna, donde el viejo andador de caminos, solitario e incansable viajero, ya no tenía espacio.
Lo que necesitaban, en cambio, eran hombres con su pericia y valor para el servicio estable en las estancias y saladeros.
También los necesitaban en las filas del incipiente ejército, para continuar ampliando la frontera civilizada hasta hacerla coincidir con los límites del territorio nacional, hasta integrar las extensas tierras del Sur que seguían en   poder de los indios.
Además el incremento de la actividad de hacendados, saladeros, curtiembres y la exportación hizo desaparecer la hacienda sin dueño, y la tradicional costumbre de carnear vacunos ajenos -admitida años atrás- ya se consideraba delito.
Esta época de decisiva transformación constituyó el comienzo de la era del gaucho perseguido, figura que encontraría su reflejo literario prominente en la clásica obra de José Hernández, Martín Fierro.
Aún subsisten polémicas entre los que emiten opiniones al voleo, al sostener que los gauchos eran semi delincuentes, vagos malentretenidos, que contrastan con los mejor informados, quienes los consideramos víctimas de ideas “importadas” basadas en “el proyecto de organización nacional”.

Nicolás San Martín, mi nieto político, que suele prestarme su oído a los temas que me apasionan, me formuló una inteligente pregunta: - ¿Los hijos de españoles con mujeres aborígenes, son gauchos?
  - No, porque sólo los hijos de indios con mujeres blancas se criaron en tolderías y aprendieron de los aborígenes a ser hábiles jinetes para cazar y sus correrías, a vivir con los escasos recursos del desierto, a curar el cuero y usarlos para variados fines, a hacer charque con la carne de los animales que cazaban y otras muchos recursos para vivir en el desierto o en la pampa. En cambio, los hijos de españoles con indias   carecían de esos recursos, son los criollos que en gran parte de nuestro país no se dedicaban al cultivo de la tierra, lo que sí hacían los Incas y los integrantes de otras tribus del noroeste argentino a los que trasmitían su cultura. Miguel Bonnazzo, en su obra "La Venganza de los Patriotas" relata el desembarco de nuestros patriotas en Perú y habla de los cultivos de los fértiles valles peruanos. Lamentablemente esa cultura inca no se extendió por todo nuestro país. En eso se fundamentaba la ides de Manuel Belgrano de nombrar a un Inca como Rey de la Provincias Unidas del Sur.
   
Continuando con el enfoque de "National Geografic" agrego: de todas formas, es indudable que así como el nacimiento del gaucho, hijo de indio con mujer blanca, (raptada) se explica por las condiciones reinantes en el Río de la Plata en el siglo XVI. 
Su ocaso también responde a los condicionamientos de la economía que se modificó sustancialmente con el paso de los años.
De este modo, culmina el proceso que venía prefigurándose: en 1815 el gaucho tiene ante sí una alternativa ineluctable, incorporarse a las modernas faenas rurales o, en su defecto, a la marginación por la pérdida de todo espacio social, una incesante huída de la autoridad, guarecerse en terrenos bajos, en la periferia semisalvaje, o al riesgo de ser enganchado por la leva para llevarlo a los fuertes de las fronteras. Estos fuertes eran avanzadas militares de enrolamiento forzado, en los que debían defender y extender los límites de la civilización frente a la resistencia de las poblaciones indígenas, cuyos cruentos asaltos a estancias y poblaciones eran un obstáculo para el crecimiento del país.
Paralelamente, y como tantas veces en la historia, la casualidad y constancia marcaron un hito transformador, verdaderamente revolucionario.
Desde los iniciales intentos civilizadores en el Plata, los gobernantes y los hacendados tenían honda preocupación por hallar un sistema efectivo para delimitar las parcelas rurales y resguardar el ganado: zanjas y cercos vivos de plantas no resultaban soluciones ciertas, y la clave fue hallada al azar por el inglés Richard B. Newton, residente en Buenos Aires con su esposa y 15 hijos. A principios de 1844 viajó con dos de sus hijos a Gran Bretaña para ocuparse de la educación de ellos. 
El año siguiente, en un paseo ocasional por el estado de Yorkshie, pudo observar una manada de ciervos cercada por gruesos alambres. Entusiasmado tomó la idea, adquirió los materiales necesarios para su campo y los hizo remitir a la Argentina a bordo del velero Jonathan Félix, pero el navío naufragó durante la travesía oceánica.
Ese fracaso no amilanó a Newton, encomendó a la firma Readgers & Cía el envío de cien atados de alambre de 160 yardas cada uno; quinientas varillas de una pulgada y cuarto por cinco pies de alto, con siete agujeros”, mercancía que llegó al puerto de Buenos Aires a mediados de 1846.
Provisto de esos elementos Newton cercó su huerta, el parque, el jardín y los montes de su estancia “Santa María”, ubicada a 10 leguas de Chascomús, en la Provincia de Buenos Aires, con lo que inauguró el uso del alambrado en la República Argentina.
La generalización de ese sistema terminó con el gaucho de antaño.
En su lugar creció otro personaje, el gaucho peón, asimilado a las estancias nuevas, que se convierte en sedentario y especializado en tareas pecuarias.
Ese gaucho peón, depositario de las cualidades de su antepasado errabundo se convierte en celoso custodio de costumbres que ya no ejercita día a día. El gaucho al que las circunstancias de una época pasada lo llevaron a vivir marginado como “semi delincuente, vago y mal entretenido” desaparecía para siempre y surgía “el gaucho peón de estancia, hábil en tareas rurales”.
Ese gaucho fue el que en la provincia de Entre Ríos, daría una ayuda desinteresada a los inmigrantes europeos que venían a convertirse en agricultores.

LAS FAENAS DE LA YERRA

En los tiempos de auge, la marcación de la hacienda mayor y las ceremonias consecuentes, constituían uno de los acontecimientos más importantes en la vida social del gaucho; la mayor de sus oportunidades de expansión. Porque el trabajo de marcar a los animales (mediante hierro candente con determinado dibujo registrado a nombre de su propietario) iba acompañado por las habilidades colectivas únicas; celebraciones, entretenimientos; un escenario calificado que demostraba la destreza en la ejecución de faenas  (que así no pesaban) y el remanso de la música y el baile, donde las mujeres tenían la mejor ocasión de lucimiento.

Una vez al año, durante los templados meses del otoño (abril, mayo, junio), la estancia preparaba su gran acontecimiento: la yerra. En dicho suceso el animal era volteado mediante el recurso de pialar (enlazar sus patas), y otros lo mantenían apretado contra el suelo, algunos animales machos se castran para su mejor engorde, otros pierden parte de su cornamenta para atenuar su agresividad y se les aplica el hierro candente arriba del anca, la marca complicada e indeleble geometría del símbolo del establecimiento.
Decidida la fecha en que la yerra tendía lugar, el mundo rural se aprestaba, hombres y mujeres de la estancia, vecinos de campos cercanos y gauchos de lejos, atraídos por la certeza de una buena diversión. Todos con sus mejores atavíos; ponchos de vicuña, chapeados de plata, botas bordeadas en el empeine, espuelas de grandes ruedas, lazos trenzados con 24 tiras de cuero y cuanta prenda lujosa esperaba esa inigualable ocasión.
Después de apartar los animales destinados al asado, mientras el fogonero calentaba las marcas y afilaba las tijeras de descornar otros instrumentos para las delicadas funciones quirúrgicas, el ganado sin marca era llevado al corral, y a la orden que impartía el patrón, los pialadores (que arrojan sus lazos a las patas delanteras del animal y los enlazadores (que hacen caer la cuerda en las astas o el cuello del animal) comenzaba su tarea.
Algunos a pie, otros a caballo, pialadores y enlazadores dejaban caer sin falla el lazo sobre la presa elegida ante rodeados público entusiasta, que, con gritos que sonaban como aplausos, premiaban las más espectaculares maniobras ante la fiera resistencia de los animales. El corral se convertía en el centro de la atención,
ámbito ideal para demostrar su maestría en el uso del lazo y en la tarea de sujetar al animal contra el suelo para aplicar las marcas candentes, la tijera descornadora y la herramienta para castrar. En pocos segundos las bestias eran devueltas a sus fuerzas, ya marcadas, los terneros castrados, otras con parte de sus cornamentas mutiladas.
El corral representaba el principal núcleo de la actividad, pero no faltaban otros sitios complementarios como el ombú que ofrecía su sombra propicia para sentarse a tomar mate y la presencia de una gimiente guitarra, a cuyos sones, parejas de toda edad dibujaban las rítmicas figuras de las danzas típicas de la pampa. Un poco más allá, un terreno despejado permitía la rápida preparación de la cancha de taba (juego en el que se arroja al aire un astrálago de vaca y, según como se posa, el tirador gana o pierde), y el hueso decidía la suerte de los jugadores.

UN MARCO DE FIESTA

La yerra, cuya duración dependía de la cantidad de animales a marcar (5, 10, 15 días o más), hacía posible asimismo otros entretenimientos, entre ellos, la doma de algún potro, momento en que el gaucho volcaba su máxima sapiencia y todo su prestigio, dominando al animal después de una lucha obstinada sobre su lomo arqueado (quizá no exista menor narración de la doma gauchesca que la narrada  por Ricardo Güiraldes en su novela Don Segundo Sombra).
Otro juego era la corrida de sortijas. En un tramo de 200 metros, loos jinetes competían en habilidad tratando ensartar la sortija con un pequeño palito mientras pasaban a toda carrera debajo del arco en que aquella estaba suspendida.
Otro entretenimiento eran las carreras “cuadreras” (denominadas así porque la distancia se determinaba en cuadras), en las que no sólo se medía la habilidad del caballo, sino también la capacida del jinete, que otorgaba o recibía ventajas, según el caso, para que la juesta fuera competitiva, frente a la ansiosa expectativa de los apostadores.
Era ocasión, a la vez, en particular durante la noche, para el lucimiento de los payadores, esos auténticos trovadores de las pampas cuyos versos, generalmente en contrapunto o desafío, reflejaban el ingenio y la tradición populares.
La aparición de los payadores en las llanuras del Plata se produjo a fines del siglo XVIII; sus cantos improvisados tenían como tema la vida cotidiana del hombre de la región, sus avatares, sus goces y desdichas, así como su participación en las campañas militares.
El encuentro de dos de estos cantores-cronistas, daba lugar a clásicas “payadas” que, primitivamente en décimas, más tarde en sextinas y octavillas, y en la última frase en cuartetas, improvisaban alternativamente durante horas, hasta que uno de ellos no hallaba respuesta inmediata a la intervención de su oponente.
Este personaje relevante del panorama pampeano encontró su momento literario en las estrofas del Santos Vega el Payador, admirable descripción en octosílabos de la vida del gaucho en el siglo XVIII, escrita por Hilario Ascasubi (1807-1875).

DE AYER Y DE HOY

En la pampa argentina actual, la yerra sigue cumpliendo con el marcado de las crías, el descornado, el castrado de los terneros destinados a ser novillos y otras necesidades inherentes a la producción ganadera.
Actualmente los bretes, pasillo de tablones de madera, en los que se hace entrar a los animales, cruzándoles un madero por delante y otro por detrás, se inmovilizan para hacer con ellos las tareas inherentes a la producción ganadera.
Quienes tuvimos la oportunidad de presenciar las yerras, o ser partícipes de ellas, quedamos expuestos a sentirnos invadidos por la nostalgia.
Empero, al calor de las tradiciones, muchas cosas perduran del ayer remoto.
Una jineteada nos hace recordar la doma, la destreza sigue intacta, como el lujo en los aperos. Esas lejanas yerras se resisten a ser olvidadas.

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ALMUERZO CHICO

Imbuído del intenso sentimiento de argentinidad que vive en mí, me hizo evocar vivencias del lejano diciembre de 1941, cuando mi hermano y yo pasamos todo ese mes en la chacra de nuestros tíos León y Manuela. 
Mi tío había contratado a tres criollos agauchados para levantar la cosecha. Ellos y Fausto, el mensual de mi tío, tocaban la guitarra y cantaban temas tradicionales que exaltaban el coraje gaucho en las guerras por la independencia y temas que eran emblemáticos de la tradición del gaucho entrerriano.
Mi admiración hacia ellos hacía que deje mi cama en las madrugadas cuando los oía en la cocina preparando "el almuerzo chico", el desayuno que consistía en comer asado y después, tomar mate cocido con galleta. 
Ese recuerdo fue tan intenso que me llevó a desayunar un "almuerzo chico".
Puse a asar una tira de asado y tomé mate cocido con galleta de grasa.
Y los recuerdos volaron evocando a los gauchos entrerrianos que -según relata Martiniano Leguizamón en su obra "Montaraz"- y continúa su relato descriptivo: 
"De aquella época caótica, de instintos sanguinarios y cóleras insaciadas, en que ardía el fuego de la guerra santa y grande, surgiría más tarde, purificada por una inmensa ola de sangre, la obra de la revolución y de la independencia, que los caudillos campesinos sustentaron en la hora terrible de la anarquía y de la zozobra, cuando los hombres del Directorio de 1811 andaban solicitando ante las cortes extranjeras un monarca para el Río de la Plata, con su altanera protesta en que palpitaba el espíritu de la resistencia nacional.
Fueron los hombres de los campos, los gauchos montaraces, el factor primordial de la nueva patria que nacía entre estridores de batalla; paladines caballerescos y aventureros de un derecho que no comprendían quizás en su amplia significación sus cerebros ineducados, pero que sentían firmemente arraigado en sus corazones, porque les venía como una emanación del medio ambiente, como un mandato del instinto popular, que les despertaba las ansias febriles de ser libres, libres como la naturaleza que les rodeaba, como el desatado pampero, como la cruda luz que asoleaba las campiñas natales, como los ríos caudalosos donde abrevaban sus fogosos caballos de pelea.
Pensando en el coraje de los gauchos entrerrianos evoqué al gaucho Rivero, nacido en Concepción del Uruguay. Fue peón de campo rioplatense en la Islas Malvinas. Lideró el alzamiento contra la ocupación británica de la Islas Malvinas en 1833.

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CONCLUSIONES

Veo en el gaucho al hombre hospitalario y aguerrido que encarna sinceramente el sentimiento de la nacionalidad argentina que perdura en mi tierra entrerriana, de la que puedo opinar con pleno conocimiento porque allí nací y, para mi dicha, viví en contacto con ellos. 
El gaucho que trabaja junto a quienes producen las materias primas de nuestra alimentación es optimista cuando la Naturaleza complementa favorablemente su labor, y nostálgico, cuando es desfavorable.
Tuve frecuente trato con gauchos entrerrianos que, por trabajar con agricultores colonizados por la Jewish Colonization Associaton, generaron un intercambio de hábitos, costumbres y valores que le permitieron orientar su comportamiento en función de superarse incorporando principios fundamentales que le ayudaron a preferir, apreciar y elegir lo positivo, y determinados comportamientos que se les presentan en las distintas vicisitudes de la vida.

Aquellos que se quedaron con los conceptos de "civilización y barbarie", sin ir más allá, ignoran que Domingo Faustino Sarmiento usó esa expresión para referirse a los mestizos, hijos de mujeres blancas raptadas por indios, que no tuvieron más escuela que lo aprendido de los indios. El mismo Sarmiento expresa estos conceptos:
"A falta de todos los medios de civilización y de progreso, que no pueden llegar a desenvolverse sino a condición de que los hombres estén reunidos en sociedades numerosas; ved la educación del hombre de campo: el gaucho estima por sobre todas las cosas, las fuerzas físicas, la destreza en el manejo del caballo, y el valor". 
"Del centro de estas costumbres y gustos generales se levantan especialidades notables, que un día embellecerán con tinte original al drama y romance nacional". 

La consecuencia de la violación de la joven blanca por el indio que la raptó fue un mestizo que se creció entre indios, que un día dejó las tolderías por no sentirse, ni desear ser como ellos. Así fue como se convirtió en un "huaschu", vocablo quichua con el que designaban a los desamparados y huérfanos. 
Esos gauchos son los que nuestros patriotas reclutaron para las guerras por la independencia; y después, cuando se extendió la frontera hacia el Río Negro, se los usó para luchar contra su medio hermano indio. ¡Qué ironía! Primero se los usó para luchar contra sus medio hermanos españoles, ya que su madre fue una española blanca; y más adelante contra sus medio hermanos indios.
 - ¿Qué recibieron esos gauchos que dieron su sangre en las guerras de la independencia, y, posteriormente al extender el país hacia el sur?  
  - Nada -dirán los que se quedaron sin esmerarse por conocer el resto de la historia.
  - A los fortines por no tener "papeleta firmada por su empleador y el Juez" en la que conste que tiene trabajo estable. Así comienza la historia del "gaucho perseguido", la que magníficamente narra José Hernández en su "Martín Fierro". 
¡Martín Fierro, vago y mal entretenido! ¡Jamás apareció en las nóminas de pagos por sus servicios en el fortín! ¡Cítenme otra amistad como la de Martín Fierro con Cruz!

La injusticia y el desagradecimiento de los gobernantes porteños hacia los gauchos, que regaron con su sangre el suelo de nuestro país y el países vecinos luchando por nuestra independencia creó un Edicto por el cual los gauchos que no lleven consigo la papeleta con la firma de su empleador y del Juez sería arreado a los fortines de la Frontera para luchar contra sus medio hermanos indios. 
¡Qué ironía, primero guerrearon contra sus medio hermanos españoles, después ese Edicto determinaba que lucharan contra sus medio hermanos indios! 
Esa medida inaugura la vergonzante etapa del gaucho perseguido. Se lo aprendía y era llevado a la frontera sin permitirle despedirse de su mujer y sus hijos, dejándolos desamparados, y ellos, en los fortines, no eran incluídos en las nóminas de pago.
Recuerdo haberle oído decir a algún gaucho: "más viejo que la injusticia".
Ahora, al escribir estas viejas historias celosamente guardadas, me dan la facultad de percibir ciertas cosas de nuestra "Argentina mal concebida" parodiando el título de uno de los libros del genial escritor Federico Andahasi, que no tiene desperdicio.

Mi nieto político Nicolás San Martín, (lo mejor que me dio la política), me hizo interesante  
aporte para reflexionar (verbo reflexivo poco empleado) al preguntarme si los hijos de españoles amancebados con indias también eran gauchos. Eso me hizo movilizar la neurona que aún me queda y logré llegar a una conclusión: "los hijos de españoles con indias no eran gauchos porque al no criarse en las tolderías no tuvieron la oportunidad de aprender los recursos y habilidades de los indígenas para vivir en el desierto, domar y montar a caballo, usar las boleadoras y el lazo para cazar, ni sus aptitudes para conservar carne y curtir cueros, de los que sacaban lonjas y tientos para diversos usos y otras aptitudes propias de los indígenas".

Retomando el tema de los gauchos,expresa el prestigioso historiador Félix Luna analiza el desenvolvimiento histórico de la Argentina expresando: "Aquellos bárbaros de ayer, y éstos de hoy, apuestan al ser nacional lo mejor de su sustancia, o sea la condición popular, sin la cual nada trascendente pueda elaborarse, sin cuya presencia se marchitan y corrompen hasta los emprendimientos mejor concebidos. 
Por eso necesitamos a esos ex bárbaros en los campos que circundan las ciudades que progresan, que en el jugoso litoral, en el áspero norte, en la ancha pampa mediterránea, en el duro sur, siguen aguardando palabras de hechicería que volverán al convocarlos. Sarmiento planteó su alternativa sin concesiones, drásticamente; nosotros creemos que la civilización y la barbarie pueden encontrar la fórmula de su síntesis. Deben encontrarla, la Argentina la necesita, para su salud.   

El entrerriano Martiniano Leguizamón, a quien considero el mejor narrador de temas gauchescos, al hablar del gaucho lo dice así:
"El orgullo que heredó con la sangre fidalga, y la independencia del indio antecesor, apartaban al gaucho de las tareas serviles, sobrellevadas fácilmente por los negros.
Despreciaban en éstos la sumisión, como la falsía en el mulato, haciendo valer por buena con sencillo pundonor, su descendencia de las razas viriles. 
Llevábala acuñada en su rostro de cetrina magrura, generalmente barbado con dignidad, en su cabello nazareno, en sus ojos de fiera rasgadura, en la franqueza de su porte; porque ésta es otra condición de superioridad, en su timidez comedida.
La afición al caballo, que exalta con vivacidad valerosa el individualismos, según puede verse en tipos tan diversos como el beduino y el inglés; el dominio de la pampa, su magnificencia de horizontes, la inmensidad del cielo en que aísla al jinete, infunde el hálito libertador de la cumbre; la lidia con el ganado bravío en verdadero esfuerzo combatiente; el peligro de la horda salvaje; el desamparo de aquella soledad donde cada cual debía bastarse, resumiendo las mejores prendas humanas: serenidad, coraje, meditación, sobriedad, vigor -todo eso hacía del gaucho un tipo de hombre libre, en quien exaltaba, naturalmente, a romanticismo, la emoción de la eterna aventura. Y de aquí su diferencia fundamental con el indio, al cual imitaba los recursos que dan el dominio del desierto.
Aquel estado sentimental constituía por sí solo una capacidad de raza superior; la educación de la sensibilidad, que, simultáneamente, amplifica la inteligencia. 
Con ello, el gaucho es poseedor de los matices psicológicos que faltan al salvaje la compasión, a la cual he llamado alguna vez suavidad de la fuerza; la cortesía, esa hospitalidad del alma; la elegancia, esa estética de la sociabilidad; la melancolía, esa mansedumbre de la pasión. Y luego, las virtudes sociales: el pundonor, la franqueza, la lealtad, resumidas en el don caballeresco  por excelencia: la prodigalidad sin tasa de sus bienes, y de su sangre."   

Otro gran literato, Ricardo Rojas, expresa así sus conceptos sobre el gaucho: 

"Nadie sintió la pampa en su genuina emoción, como el gaucho de nuestros tiempos heroicos. Los amos de la tierra no la habían cerrado aún con sus barreras de alambre. Los ingeniosos de la industria no la habían plantado con eucaliptus, ni edificado torrecillas rojas. No pacían los ganados en manso encerramiento, no los convoyes del ferrocarril pasaban sobre sus vías resonantes. La verde gramínea o el pasto dorado se dilataba hasta el horizonte, coloreándose con reflejo vibrátil bajo los soles ardientes del desierto. El misterio de la eternidad hacíase tangible en el silencio de los cielos y en la desolación de la tierra. Entonces era cuando el gaucho cruzaba solitario, como un proscripto de otros mundos, la inmensidad de la llanura. Era la hora del alba, el primer rayo de sol".

Carlos A. Leumann hace esta referencia histórica:

"...a fin de comprender el maravilloso nacimiento y la evolución del gaucho, hay que escrutar todavía el corazón de los pueblos de la antigua Europa. Escrutarlo en España, porque para que en las llanuras de Buenos Aires aumentase el número de los paisanos libres, durante el siglo XVII, no sólo por descendencia en el campo mismo, sino por más gente que abandonaba la ciudad y las chacras, hubo una causa racial profunda, una tendencia atávica a la libertad individual. Tendencia que aquí halló, después de la Conquista, perspectivas insospechadas. El puerto de Buenos Aires, con sus habitantes viviendo penosamente del contrabando, ligado a las leyes de allende el mar, y en la ciudad pequeña a míseros intereses creados, contrastaba con el espectáculo sin límites de una naturaleza desconocida en el paisaje europeo.
La llanura virgen, misteriosa, sin término, con el sustento seguro que al decir de Hernandarias, debió ejercer sobre el espíritu del criollo un atractivo fascinador. 
Sobre el criollo blanco, sin mestizaje de indios gregarios, sin tara física ni moral de individuos hechos a obediencia, a costumbre, pegados a la tribu o a la reducción".

Jorge Luis Borges nos ofrece esta prosa:

"El jinete, el hombre que ve la tierra desde el caballo y que lo gobierna, ha suscitado en todas las épocas una consideración instintiva, cuyo símbolo más notorio es la estatua ecuestre. Roma ya había aplicado este adjetivo a una orden militar y social; nadie ignora la etimología análoga de la voz caballero y de las voces Ritter chevalier.
En las Islas Británicas, la crítica ha subrayado en la poesía de Yeats el peso y el valor de la palabra rider, jinete.  Ese hombre en nuestras tierras fue gaucho. Todo lo había perdido, salvo el prestigio antiguo que exaltaron la aspereza y la soledad.
Samuel Johnson dijo que las profesiones del marinero y del soldado tienen la dignidad del peligro. La tuvo nuestro gaucho, que conoció en la pampa y en las cuchillas la lucha con la intemperie, con la geografía desconocida y con la hacienda brava. Inútil definirlo étnicamente; hijo casual de olvidados conquistadores y de los pobladores, fue mestizo de indio, a veces de negro o fue blanco. Ser gaucho fue un destino. Aprendió el arte del desierto y de su rigores; sus enemigos fueron el malón que acechaba tras el horizonte azaroso, la sed, las fieras, la sequía, los campos incendiados. Después vinieron las campañas de la libertad y de la anarquía. No fue como su remoto hermano de Far West, un aventurero, un buscador de largas tierras vírgenes o de filones de oro, pero las guerras lo llevaron muy lejos y dio su vida estoicamente, en extrañas regiones del continente, por abstracciones que acaso no acabó de entender -la libertad, la Patria- o por una divisa o un jefe. 
En las treguas del riesgo cuidaba el ocio, sus preferencias fueron la guitarra, que templaba con lentitud, el estilo, menos cantado que hablado, la taba, las carreras cuadreras, la redonda rueda del mate junto al fuego de leña y el truco hecho de tiempo, no de codicia. 
Fue, sin sospecharlo, famoso en 1856; Whitman escribió sobre él:   

                                      Veo al gaucho que atraviesa la llanura.
                                      Veo al incomparable jinete de caballos 
                                      tirando el lazo.
                                      Veo sobre la pampa la persecución de 
                                      la hacienda brava.

Espero que esta compilación de opiniones de reconocidos literatos que abordaron este tema, sirva para juzgar con ecuanimidad al gaucho verdadero, al auténtico. Al gaucho se lo conoce por su idiosincrasia, que le es intrínseca, propia, esencial. Muchos visten su ropaje pretendiendo ganar los méritos logrados por los gauchos en las guerras por la independencia, en sus funciones como trabajadores rurales, y por sus virtudes mencionadas en esta nota.

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                                     Colonización agraria:  oscarpascaner.blogspot.com 

                              Entre Ríos, el gaucho, sus poesías 
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