martes, 29 de julio de 2014

SOLIDARIDAD

SOLIDARIDAD 

La doctora Clara S. de Filer y el Director de Escuela, señor Máximo Castro, nuestros instructores del Centro Cultural Alberdi, nos hicieron saber que razones personales les impedirían asistir a la reunión del viernes. No obstante ello, los adolescentes y jóvenes que solíamos ir a esos encuentros nos presentamos en la sala que con ese fin nos cedía la Biblioteca Domingo F. Sarmiento de nuestro pueblo entrerriano. 
En la Biblioteca se hallaba Leonardo Niemitz, primo hermano de mi padre, agricultor, nacido a principios del 1900, época en que la enseñanza elemental, según Ley 1420, por eso de la gradualidad, se consideraba Enseñanza Elemental, hasta el 3er grado de la primaria. Él, como tantos otros, tuvo la inquietud de superarse, y la única forma de hacerlo era siendo autodidacta. Leonardo Niemitz escribió una obras de teatro titulado "Langosta", la que fue representada en un teatro de Buenos Aires con buena crítica. Acordé con mis amigos invitarlo a participar de nuestra reunión. 
Accediendo a mi pedido nos contó sucintamente el argumento de esa obra:
  - Es la teatralización de las vicisitudes a las que estaban expuestos los agricultores; que de cada tres cosechas perdían dos, por problemas climáticos o plagas.  
La obra está basada en lo que vivió nuestra colonia San Gregorio: después de perder dos cosechas seguidas, una por sequía y la otra por exceso de lluvias, la siguiente prometía ser buena, los tallos de los trigales se doblaban por el peso de sus granos. Nuestros padres hablaban de cancelar las deudas acumuladas y reemplazar el viejo sulky en el que íbamos a la escuela y se hacían las compras de almacén en el pueblo. Mi padre describía un carruaje con asientos mullidos tapizados en cuero rojo, capota de lona que podía plegarse y elásticos que amortiguan el traqueteo. 
La subsistencia de nuestra familia, compuesta por mis padres y cinco hijos, dependía de la producción agrícola, de huerta y granja. La parcela de tierra asignada por la Empresa Colonizadora la pagábamos poco a poco, conforme al resultado de las cosechas. 
Nuestros padres y los habitantes de la colonia se inquietaron al ver una gran nube negra. La inquietud se convirtió en terror cuando se oyó un zumbido característico. 
  - ¡Langostas! -anunció un anciano con una voz desesperada.
  - ¡Ojalá que sigan de largo! -dijo otro.
Los que se encontraban fuera de sus viviendas sintieron en sus cuerpos el golpeteo de los insectos que descendían.   
En minutos devoraron sembradíos, ropas colgadas y las amargas hojas de los árboles de paraíso. La plaga de langostas devoró cultivos y proyectos. Después vendría el desove y nacerán millones de langostitas saltonas que seguirán devorándose lo poco, casi nada, que dejaron las adultas  
La participación de niños en el elenco que representó esa obra, en el papel de los hijos del colono, pintaron en toda su magnitud, la dramática situación que produce la pérdida de una cosecha. Esa obra pretende hacerles saber a quienes viven en las ciudades que con los granos que producen los agricultores se elaboran alimentos. 
Esta dramática teatralización de la realidad a la que están expuestos los modestos chacareros, fue muy bien interpretada por buenos actores que lograron conmover al público hasta las lágrimas. Considero que logré hacer conocer una realidad. 

  - ¿Escribió alguna otra obra sobre la temática agrícola? -le pregunto una chica. 
   - Pienso teatralizar un suceso ocurrido en la colonia San Gregorio en los primeros años de su fundación. Esa colonia se fundó con inmigrantes de Europa Oriental. 
En uno de los contingentes de inmigrantes, que llegaron por el plan de colonización agraria del barón de Hirsch, había unos enfermos de fiebre tifoidea que internaron en el hospitalito "La Barraca" del doctor Yarcho. Entre ellos estaban los padres de una chica llamada Sara y del joven José. Ambos eran hijos únicos. Durante el viaje que los trajo de la lejana Europa Oriental sin otros familiares, entablaron una amistosa relación, cercana al enamoramiento. 
Sara fue alojada en la vivienda del doctor Noé Yarcho para ayudar a la esposa del doctor, María Sajaroff, en las tareas del hogar y en la atención de los enfermos. 
La Administración de la Empresa Colonizadora autorizó a José a tomar posesión de la parcela de tierra y la vivienda asignadas a su padre.   
Los padres de Sara y los de José fallecieron.
El administrador de la Empresa Colonizadora le dijo a José que los estatutos del plan colonizador no tenía previsto la entrega de parcela a jóvenes solteros.
  - Si me caso ¿me otorgaría le la parcela y la vivienda destinada a su padre?
 José amaba a Sara y ella parecía corresponderle. No dudó en proponerle matrimonio.  El rudo trabajo para erradicar añosos árboles de la parcela,  mejorar la modesta vivienda de barro con techo de paja y pisos de tierra, los hizo sobreponerse al dolor por la pérdida de los padres de ambos.
Al año nació un bebé; lo llamaron Darío.
El niño creció sano y fuerte. Desde muy chico colaboraba con sus padres en tareas menudas: alimentar a las gallinas, juntar los huevos, regar la huerta, etc. A sus seis años ya montaba su petiso. En la escuela se ganó el cariño de la maestra y de sus compañeros. Sara y José se sentían orgulloso por los progresos del hijo y la linda familia que constituyeron con mucho amor. 
A sus trece años Darío ayudaba a su padre en la labranza del suelo y en otras tareas. A su pedido su padre compró otro arado. Con los dos arados terminaban de arar en la la mitad del tiempo que se hace con un arado. Esa decisión hizo que tuvieran más tiempo para dedicarlo a otras tareas propias de los que se dedican al noble oficio de cultivar el suelo.  
Darío trabajaba a la par de su padre y así lograban finalizar temprano todas las tareas programadas para cada dí y reunirse con Sara para disfrutar en famailia.    
Un amanecer, mientras desayunaban José comentó:
  - Iré a Domínguez para hacer soldar el soporte el mango de la bomba, porque esa atadura con alambre hace que todo el esfuerzo recaiga en el otro soporte. Dirigiéndose a su esposa le pidió que le apronte las bombachas negras, la camisa blanca, su pañuelo rojo y el sombrero.
Darío ensilló el doradillo de su padre, envolvió en una bolsa la pieza de la bomba y besando a su madre le anunció que continuaría arando la parcela.  
  - Darío ensilló tu doradillo y aprontó la reja. Se fue a arar la parcela -le dijo Sara a su esposo cuando apareció en la cocina comedor vestido con sus prendas gauchas.
  - ¡Este buen hijo nuestro, siempre comedido y dispuesto a colaborar en todo!    
José se despidió de Sara con un beso. Ya montado en su caballo, recibió de Sara la bolsa con la reja del arado. Ello lo acompañó hasta el portón.   
  - Estimo que estaré de regreso para el almuerzo. -dijo José al llegar a la tranquera.
Sara permaneció junto al portón esperando su acostumbrado gestos de girar su torso para hacer el ademán de depositar un beso en sus dedos apiñados y arrojárselo mientras sus labios dibujaban un: "te amo". Sara, con las manos en el corazón, devolvió su gesto. Desde el patio posterior dirigió la mirada hacia la parcela y vió la silueta de Darío empuñando el arado seguido por su perro.
Al promediar la mañana, mientras realizaba las tareas domésticas oyó oir el piafar del doradillo. Contenta del pronto regreso de su marido salió al patio trasero a recibirlo,  pero allí todo estaba en calma. 
Algo inquieta por su confusión entraba en la cocina cuando su vecina alarmada dijo:  
  - El doradillo de su esposo está frente a su casa...   
Sara corrió. Horrorizada vio al caballo sin jinete y el cojinillo ensangrentado. 
   - ¡Dios mío, hirieron a mi José! - la vecina la sostuvo cuando se desvaneció.
Una mujer bajó del sulky en el que iba, montó el doradillo diciendo: 
  - Voy a buscar a Darío. -gritó mientras el caballo partía a la carrera. 
 No fue necesario explicarle nada. Darío ahogado por el llanto abrazó a la mujer y monté el caballo de su padre partiendo velozmente.
Con lágrimas que le enturbiaban la visión trepó al carruaje en el que cargaron a su madre, que permanecía tendida en el asiento trasero. El conductor apuró a lo caballos que galopando tomaron el camino que los llevaría al hospital de Domínguez.
Darío acariciaba el demacrado rostro de su madre diciéndole:
  - Mamita, mamita. -pero su madre no daba señales de oirlo. 
El conductor del carruaje sofrenó los caballos antes del paso a nivel de las vías del ferrocarril al ver manchas oscuras que se extendían hacia el pastizal que lo orillaba. Allí hallaron el cuerpo apuñalado de José.  En el extremo de su aflicción Darío ayudó a cargarlo en el carruaje. Angustiado observaba los cuerpos inertes de sus padres. El doctor confirmó la muerte de José. Lo velaron en casa del propietario del carruaje. 
Darío, muy demacrado sollozaba quedamente en el velorio. Los sollozos se hicieron desgarrador llanto cuando bajaron al foso el ataúd con el cuerpo de su amado padre.
 Un colono lo llevó al hospital de Domínguez donde quedó su madre. 
 Falleció dos días después sin haberse recuperado de su desvanecimiento.
 Fue un golpe tremendo para Darío. Al oir el ruido de las paladas de tierra cayendo sobre el ataúd salió corriendo del cementerio. Nadie atinó a correr tras él. 
Después fueron a buscarlo a su casa pero no lo hallaron. Varios habitantes de la colonia salieron a recorrer los alrededores pero no lo hallaron.
Al día siguiente el desconocido que ingresó al almacén "En defensa de o pobres" oyó hablar del muchacho extraviado.
  -  Ahí, a orillas del río hay un muchacho con un perro que, tirado en el suelo mira al cielo. Cuando le pregunté si podía ayudarlo se quedó mirándome sin responderme. Lo convidé con pescado asado; comió sin hablar; su mirada parecía perdida.
Los hombres que se hallaban en el almacén le contaron su desgracia. El desconocido se ofreció a enseñarles el sitio en el que estaba el muchacho.
Allí vieron a Darío y su perro. Se dejó abrazar y así, abrazado lo llevarlo a su casa.
Cuatro señoras acordaron turnarse para suministrarle comida y lavarle la ropa. Los vecinos  querían alojarlo en sus modestas viviendas pero él se negó a dejar su hogar. 
 Dos colonos terminaron de arar la parcela del finado José, compraron las semillas y las sembraron. Ese gesto solidario hizo que Darío vea la realidad. Si esos hombres no lo hubieran hecho la Empresa Colonizadora le quitaría la parcela y la vivienda.
 Cuando se sobrepuso del tremendo drama visitó a cada uno de los hombres que araron y sembraron su parcela y a las mujeres que tanto lo ayudaron, diciéndoles:
  - Al perder a mis padres de manera tan horrenda, enloquecí de desesperación. No aceptaba la idea de seguir viviendo sin ellos, pero vuestra solidaridad me hizo bien. Bondadosas señoras me alimentaron y lavaron mis ropas, dos buenos vecinos araron mi parcela, compraron las semillas y las sembraron. ¡Les agradezco de corazón por todo lo que han hecho por mí! Compartiré mi cosecha con quienes me ayudaron.

Ahí lo tenemos a Darío trabajando mucho y bien. Un petitorio firmado por todos los integrantes de la colonia San Gregorio logró que el administrador de la Empresa Colonizadora haga caso omiso al artículo que no lo faculta a entregarle parcelas de tierras de labranza a jóvenes solteros.  

                                                             * * *                 loscuentosdeoscarpascaner.blogspot.com

EL CASAMENTERO

EL CASAMENTERO                                                       Cuento basado en hechos reales 

El señor Lugo se dedica a contactar a quienes desean vender sus casas, campos, carruajes, herramientas de labranza, automóviles, animales, etc., con interesados en comprar. Sus honorarios son: "a criterio de su voluntad". 
Se lo encuentra en el amplio salón de ramos generales de la Cooperativa, o en el hotel del pueblo, tomando café con interesados en su actividad

Un plácido atardecer de domingo, Lugo y su esposa tomaban helados en el patio interior del hotel cuando ingresó a ese patio un grupo de tres chicas y tres jóvenes veinteañeros encabezados por Ricardo, que, al verlo a don Lugo y su esposa se detuvo a saludarlos. Sus amigos saludaron al pasar y se abocaron a la tarea de arrimar tres mesitas para que los seis amigos estuvieran juntos. 
La chica pelirroja se ubicó en el extremo del lateral del conjunto de mesitas, próximo a don Lugo y señora. 
"La Colo", acodada en la mesa, con scara tristona apoyada en las palmas de sus manos, permanecía indiferente al bullicio de sus compañeros. 
Ricardo, después de saludar a Lugo y su esposa, se sentó frente a la Colo; después
de observarla en silencio un minuto, en que ella parecía ignorarlo, le preguntó: 
  - ¿Qué nostálgico pensamiento entristece tu linda carita?    
  - Cuando dijiste que no te casarías con ninguna de nosotras ¿me incluís a mí?
  - Lógicamente, sos mi amiga por la que siento un profundo afecto. 
  - El afecto es amor.  
  - Afecto es estima, aprecio, cordialidad.
  - ¿Y el amor?
  - Un sentimiento de intensa atracción emocional hacia la persona con la que se desea compartir la vida. -respondió Ricardo.
  - Mi afecto hacia vos es muy intenso, tan intenso como el amor.
  - La amistad genera afecto que se pone de manifiesto cada vez que nos vemos; el amor hace que quisieras estar permanentemente con la persona amada.
  - ¿Cómo imaginás a la chica de la que te enamorarías?
  - Recatada, virtuosa, con valores éticos y morales.
  - Explicame lo de valores éticos y morales. 
  - La ética son los valores morales que guían el buen comportamiento humano. 
La moral te hace actuar en la vida cotidiana orientando tus acciones a lo que es moral o inmoral, correcto o incorrecto, bueno o malo.
  - Lo bueno sería que lave, planche y cocine rico como tu mami. -ironizó la  Colo- ¡Esas chicas ya no existen! Bajá tus pretensiones o te quedarás soltero.
  - Prefiero seguir soltero antes que ceder a esas convicciones.  
  - Convicciones machistas.
  - ¿Qué son para vos las convicciones machistas?
  - Pretender que la esposa lave, planche y cocine rico.
  - No tiene por qué hacerlo ella. La mujer hacendosa sabe cómo se hace y guía a quien la ayuda en las tareas domésticas.  
  - Con la ayuda de alguien que ayude en las tareas del hogar cualquiera es buena. 
  - No las sofisticadas que actúan con falta de naturalidad y encaran temas tabúes? 
  - ¿Es tabú considerar que la sexualidad es sólo para procrear? 
  - Ese es un tema privado, no me parece de buen gusto plantearlo públicamente.
  - Se dice que la sexualidad mantiene viva la llama del amor. 
  - ¿Científicamente comprobado?
  - He oído que muchos amores comenzaron con una relación íntima. 
  - Considero que es a la inversa.    
  - Comprobémoslo.
  - Entorpecería nuestra linda amistad.  

Lugo, desde su mesa, cercana al extremo de las mesas arrimadas, donde estaban Ricardo y la Colo, no se perdió palabra de la conversación de ambos, no obstante el bullicio de los demás. 
Le agradó las convicciones de Ricardo, confirmaba la buena opinión que tenía de él. 

 En el salón comercial de la Cooperativa un colono se le acercó a Lugo.
  - Deseo hablar con usted.  
  - Vamos al hotel a tomar café.

  - Soy Mario. Yo dejaba el sulky frente a su casa cuando traía mis hijos a la escuela. Vivimos en el paraje “Cuatro Casas”. No tengo más familia que mi esposa y nuestros dos hijos. Nuestra vida de colonos establecidos en el campo nos priva del contacto social. Nuestra hija Julia cumplió 20 años y nos preocupa que no tenga oportunidad de actuar socialmente donde pueda conocer a jóvenes casaderos. Mi esposa y yo nos preguntamos ¿qué sería de ella si llegáramos a faltarle? El varón, a sus 15 años, se desenvuelve bien en las tareas agrícolas ganaderas; está preparado para salir adelante en ese caso, pero ¿qué sería de Julia? 
   - Veía a sus hijos cuando salían de la escuela y a usted esperándolos porque era la hora en la que yo iba a mi casa para almorzar. 
   - Nuestra mayor preocupación es el futuro de Julia -dijo don Mario y agregó- Quizás usted, que conoce a tanta gente, sepa de algún joven formal, sin vicios, respetuoso, educado,  de buena familia, para vincularlo con nuestra Julia. Deberá hacerlo con la máxima discreción porque Julia es muy susceptible. No perdonaría si se entera que yo le solicité su mediación. No debe comentarlo ni siquiera en su hogar, Julia conoce a su hja, creo que le lleva uno o dos años. 
   - Aunque no soy casamentero, intentaré complacerlo. 
   - Gracias. Sé de su formalidad. Si lo logra sabré agradecérselo. 

Lugo buscó el encuentro con Ricardo cuando éste iba a su trabajo y le dijo
 - Ricardito, este sábado iré a ver unas herramientas de labranza; acompañame.
  - Trabajo hasta las 12. ¿A qué hora piensa ir?  
  - A las cuatro.
  - ¿Dónde nos encontramos?
  -  Pasaré por tu casa. ¡Qué bien te queda la ropa sport!
   
Lugo escribió una esquela:  
Don Mario: "Este sábado iremos a la tarde a ver herramientas".   Lugo.                                                                                                                                                                
Lugo vio a un colono que vive mas allá de "Las Cuatro Casas", nombre del paraje en el que vive don Mario con su familia. Ese hombre aceptó entregarle el sobre a Mario.    
Un chacarero le entregó una nota a don Lugo: "Serán bienvenidos. Mario".

Lugo detuvo el sulky frente a la casa de los padres de Ricardo. 
El padre de Ricardo se acercó a saludarlo deteniendo su intento de bajar del sulky.
  - Si no se opone me llevo a su hijo. -dijo Lugo- Tengo que ver las herramientas que un colono desea vender para comprar otras modernas. Tengo que inventariarlas. Si no terminamos, y nos invitan a pasar la noche, volveremos mañana. 
   - Vuelvan cuando quieran. Basta que Ricardo llegue a horario a su trabajo.    
   - Así será. Su hijo es un buen chico. -dijo Lugo. 
Ricardo besó a su padre y subió al sulky. Lugo partió saludándolo con un gesto.  
   -  ¡Hola Ricardito! Vamos hasta Las Cuatro Casas.
   - Escuché nombrarlo. ¿Dónde queda?   
   - Por aquí cerca, camino a Carmel. Ahí vive don Mario. Lo conocí cuando traía sus hijos a la escuela y dejaba el sulky a la sombra de los árboles que hay frente a mi casa. Quiere que le vea sus herramientas de labranza para venderlas y comprar otras más modernas. 
  - Don Lugo, dígame la verdad, ¿por qué me pidió que lo acompañe?     
  - ¿Te arruiné algún programa? 
  - No, pero nunca antes me lo había pedido . 
  - No trabajo los sábados por la tarde. Mi horario de trabajo coinciden con el tuyo. Esta es una excepción, cuando te vi se me ocurrió pedirte que me acompañes.         
  - ¿Con qué intención?
  - Con la misma por la que te presto el sulky para ir a algún baile en otro pueblo.
  - Y nunca quiso cobrarme. ¿Por qué? 
  - No está bien responder una pregunta con otra pregunta, pero lo haré: ¿Por qué te acercaste a saludarnos el domingo en el hotel y tus amigos saludaron al pasar? 
   - Soy cordial con quienes aprecio. 
   - Yo también te aprecio. Es la razón por la que te invité. 
Un silencio reflexivo invadió a ambos. 
  - ¿Qué edad tiene su hija? 
  - Juanita tiene veintiún años.
  - No me refería a Juanita, sino a la hija de ese Mario.
  - Tu pregunta fue clara ¿qué edad tiene su hija? y te contesté veintiún años.
  - Es que estaba pensando en la hija de Mario.
  - Entonces tenías que preguntarme ¿Qué edad tiene la hija de Mario? No qué edad tiene su hija. 
  -  Porque se me ocurrió que pretende engancharme con la hija de Mario.
  - ¿Casamentero yo? No interferiría en tu romance con la Colo. 
  - No tengo ningún romance con la Colo. Ella me quiere pero no me interesa, es muy liberada para mi gusto. Lamentablemente ya no hay chicas recatadas y virtuosas. 
  - Sí las hay. En casa de colonos suelo verlas sin pinturas ni artificios, modestas como las flores silvestres, recatadas y hacendosas como sus madres y abuelas
   - Nunca me fijé en ellas.
   - Porque cuando van al pueblo no se pintan ni se emperifolian. 
   - No conocía ese término.
   - Es antiguo, se refiere a quienes se visten y adornan exageradamente. 
  - ¡Esas son las cuatro casas! La de Mario debe ser la más linda. 
Cuando entraban por la tranquera abierta varios perros le salieron al encuentro. Ladraron los perros. Un hombre salió del galpón y se dirigió a los recién llegados.
   - Ese es don Mario -dijo Lugo. 
La mujer que cortaba flores se detuvo a observarlos. Una linda joven, que estaba en un sillón basculante, dejó el libro en el sillón y caminó hasta donde se hallaba la señora que cortaba flores; un chico de unos 15 ó 16 años espantó los perros que pretendían acosar a los visitantes. 
  - ¿Cómo está don Mario? -dijo don Lugo. -Vengo por el asunto de las herramientas.   - Bienvenidos. Don Lugo esta señora  es Sara, mi esposa; este es Manuel, nuestro hijo. Vení Julia, acercate, este señor es el dueño de la casa que está donde dejaba el sulky cuando los llevaba a la escuela. 
  - Ahí vivía Juanita, iba al grado superior al mío. ¿Como está ella? 
  - Bien, está de vacaciones en Rosario, en lo de sus tíos.
Dirigiéndose al acompañante de don Lugo, don Mario le preguntó:  
  - ¿Sos hijo de don Lugo? -extendiéndole la mano. 
Ricardo sonrió haciendo un gesto negativo con la cabeza y dijo - Me invitó para que lo acompañe y me sermoneó más de lo que haría mi padre.   
  - ¡Ojalá fuera mi hijo, es hijo de un amigo.                       



y la ilusión de tenerlo de yerno se disipó porque este joven le dispara a las chicas evolucionadas! -dijo Lugo- Ricardo es hijo de un amigo. Le pedí que me acompañe, por bueno y por otras de sus muchas virtudes. Ricardo tendió su mano a cada uno de los componentes de esa familia y reparó en que la hija de don Mario permanecía algo distante de ellos. Parpadeó dos veces como para asegurarse que era real  la belleza de Julia. Caminó hacia ella y al tenderle la mano lo invadió una extraña sensación placentera que recorrió todo su ser. Los finos rasgos faciales de Julia, carentes de maquillaje, ponían de manifiesto la autenticidad de su belleza acompañada por delicados y sencillos modales. Fascinado por su encantadora personalidad, Ricardo mantuvo no soltaba su mano; actitud que a ella parecía no incomodarle, más aún, daba la sensación que estaba invadida por una gran ternura.   
  - Lugo, veamos las herramientas y maquinarias -dijo don Mario, pero Sara exclamó:   - ¡Primero tomaremos el té! -lo dijo con tal decisión que no admitía pretexto. 
Ricardo y Julia siguieron a la señora por el sendero del jardín, pasaron por el ancho veredón de baldosas rojas en el que había un sillón basculante de dos cuerpos, más allá, en el otro extremo, un juego de jardín de hierro forjado de los cuatro sillones con sus almohadones de anchas rayas rojas y blancas, haciendo juego con los del sillón basculante y su toldito.
El mismo embaldosado de ese ancho veredón se extendía hacia el amplio recinto rectangular, con su frente abierto al jardín convergían siete puertas. En el centro de ese recinto, la mesa rectangular lucía un mantel bordado y un florero en el que Julia puso las flores que le entregó su madre. Unos macetones con plantas de interior pretendían prolongar el jardín hasta dentro de ese recinto
 Don Mario, de pie en la cabecera de la mesa, indicó el sitio que ocuparía cada uno.
  - Don Lugo aquí, a mi lado; Ricardo, a continuación de Lugo; Julia, en tu lugar junto al de tu madre; vos Manuel, te sentás a continuación del lugar de tu hermana.
Don Mario se sentó en la cabecera de la mesa. 
La señora Sara y Julia pusieron en la mesa la vajilla para el té, cubiertos, platos de postre y dos vistosas tortas que Julia se dispuso a cortar en porciones.     
  - Papá ¿chocolate o naranja? 
  - ¿Y usted señor Lugo? 
  - ¿Y vos Ricardo, chocolate o naranja? 
  - Ambas, las comeré en ese orden. -esa respuesta hizo reir a Julia. 
La audacia de Ricardo, don Lugo la castigó con un pisotón, que Ricardo ignoró por mantenerse absorto a cada delicado gesto de Julia que se desenvolvía con soltura.   
Ricardo la miró a los ojos cuando ella le pasó el plato con las porciones de tortas. 
La señora Sara sirvió el té y tomó asiento.  
  - Señora, esta torta de chocolate es exquisita, en unos minutos le doy mi opinión sobre la de naranja.
  - Dígaselo a Julia, fue ella quien las hizo.
  - Julia, esto es "bocato di cardinale" -dijo apiñando sus dedos junto a sus labios. 
Ella sonrió complacida observándolo comenzar a saborear la de naranja. 
Cuando Ricardo comió el último bocado ella tendió su brazo como para recibir el plato y volver a servirle otras dos porciones de una y otra torta; momento que ambos permanecieron mirándose a los ojos con un mensaje de amor.
Lugo y Mario hablaban de maquinarias modernas que hacen menos tedioso el oficio de cultivar la tierra.
Todos ya habían habían finalizado de tomar la merienda; Ricardo le hizo a Julia un gesto con los ojos dirigido hacia el sillón hamaca. Julia se levantó de su asiento y mientras le extendía la mano a Ricardo invitándola a seguirla, le dijo a su padre:
  - Papi, aprovechen la luz natural para que don Lugo vea las herramientas.
  - Sí Julita. ¿Vamos Lugo? -dijo Mario sin anteponer la formalidad del "don Lugo". 
  - Sí Mario, vamos. -dijo Lugo copiando el trato informal de eliminar el don.
Julia y Ricardo dejaron sus asientos y se sentaron en el sillón basculante doble. 
El suave balanceo acompañaba la confidencial charla de los jóvenes.   
Manuel jugaba con una pelota sin dejar de observarlos. Intencionalmente hizo que la pelota se desplace hasta debajo del sillón en el que estaban su hermana y Ricardo. Cuando se dispuso a retirarla y, de paso, oir lo que hablaban su hermana y Ricardo, éstos aumentaron el impulso del balanceo del sillón dificultándole a Manuel retirar la pelota sin ser golpeado por el sillón. Sara se asomó a la puerta de la cocina y sonrió complacida. 
Mario y Lugo regresaron después de ver las herramientas de labranza que don Mario deseaba vender y al sentarse en los sillones de hierro vieron a Julia, sentada el sillón basculante sobre sus piernas encogidas de frente a Ricardo, quien había acomodado su cuerpo para corresponder a la posición de Julia y estar frente a ella. Se hallaban tan abstraídos en su charla mirándose a los ojos, que no repararon en la llegada de Lugo y Mario, quienesx intercambiaron gestos como diciéndose: nuestro objetivo está bien encaminado. 
La señora Sara sirvió limonada. Acercó su boca al oído de Mario para susurrarle: Amor a primera vista.
Un cándido rubor embellecía aún más la linda carita de Julia; una expresión alegre en el rostro de Ricardo decían más que cien palabras. 
Cuando el sol comenzó a cabecear su somnolencia en el horizonte, Julia y Ricardo, tomados de las manos, caminaron por el jardín. Embriagados de amor contemplaron esa puesta de sol con un arrobamiento desconocido. 
El estado de ánimo de ambos hizo que lo vieran como una obra pictórica en la que Miguel Ángel o Leonardo da Vinci hubieran volcado todo el tinte colorido. 
Lugo, Mario, Sara y Manuel los observaban emocionados. 
Minutos después, muy a su pesar, Lugo los volvió a la realidad quebrando el éxtasis que invadía a los jóvenes. 
  - Ricardito, lo siento pero ya es hora de regresar.
  - ¿No me diga que ya inventarió todas las herramientas?
  - Mario lo hará y lo mandará con algún conocido, o venís vos a buscarlo. 
  - Si don Mario y la señora Sara me dan su permiso vendría todos los días.
  - ¿Lo decís en serio? - le preguntó Julia con una candidez que emocionó a Ricardo. El padre, con lágrimas de emoción colgadas de sus pupilas, dejó su asiento para ir a besar le dio un beso en la frente.       
  - ¡Nadie se va de aquí sin cenar! -exclamó la señora Sara- Hay una buena cantidad de bocadillos de espinacas y un rico flan hecho por Julia, agregaré una tortilla a la española y una bifecitos a la criolla, o unos pollos al horno.  
  - Quédense hasta mañana -dijo don Mario- Asaré un cordero para el almuerzo, y al atardecer, cuando refresca, emprenden el regreso.  
  - ¿Qué te parece Ricardito, nos quedamos? -le preguntó Lugo. 
  - Por mí encantado. Mis padres saben que vine con usted; no se inquietarán.
Julia lo dejó a Ricardo para ayudarle a su madre. La madre le dijo que se bastaba.  
  - Volvé con Ricardo, es un muchacho encantador. 
  - ¿Te gusta? Me siento tan bien junto a él. ¿Eso es amor mami? 
  - Creo que sí querida. Todo ha sido tan vertiginoso desde que se vieron.
  - No sé si eso es amor, pero siento que me pasa algo que nunca sentí. 
  - Volvé junto a Ricardo, el corazón te dará la respuesta.
 Al ver a Ricardo distendido en el sillón y los ojos cerrados se acercó sigilosamente   - ¿Puedo saber qué estabas pensando? 
  - Que si Lugo no me hubiera invitado, o si yo no lo hubiera acompañarlo no tendría la dicha de conocerte.c
  - ¿Y qué habría pasado? Hay tantas chicas que viven en el campo que no conocés. 
  -  Lo diré de otra forma: no hubiera conocido a la chica más maravillosa del mundo. 
  - ¿Lo decís en serio? 
  -  Cuando te vi, mi corazón me dijo "ésta es la chica de tus sueños". 
   - Ricardo, por favor no juegues con mis sentimientos.
   - ¿Cómo se te ocurre que podría jugar con los sentimientos de la chica más dulce? 
   - Me vas hacer llorar.
   - Yo también estoy a punto de llorar de felicidad.

La señora Sara se acercó para pedirles que pasen a la mesa. 
   - Ya vamos mamá -la voz quebrada de Julia enterneció a su madre que no tuvo reparo en estrechar a Julia y Ricardo en un prolongado abrazo. 
 Al ubicarse para la cena tomaron los mismos sitios que se ubicaron para el té. 
 Julia sirvió cinco bocadillos de espinaca en cada uno plato.      
  - Señora Sara, estos bocadillos están riquísimos. Cuando los hace mi mamá no como otra cosa. Suelo comerme doce o quince. Es lo que más me gusta.     
  -  Dígaselo a Julia, ella hizo los bocadillos y el flan. 
  - Tutealo mamá. -dijo Manuel.
  - No acostumbro tutear a quien acabo de conocer.  
  - ¡Pero si va camino aser tu yerno ¿No le notaste los ojos de cordero degollado con que se la mira él a Julia, y Juli a él? ¡Déjense de formalidades. ¡A mí me gusta para cuñado! Y a vos gusta ¿es cierto que también te gusta?   
  - ¡Manuel! Disculpate con Ricardo y con tu hermana.  
  - Ricardo, Juliadiscúlpenme por decir la verdad. No seamos hipócritas. A nadie le pasó desapercibido que ricardo y Julia se gustaron en cuanto se vieron. No nos hagamos los desentendidos como que nada pasó. Ricardo: me alegro por vos y por Julia. Te he observado desde que llegaste y, mi sentido común, que los del campo lo usamos con más frecuencia que los demás, me dice que sos una buena persona y Julia es una dulce Sé que serán felices y como nuestros padres son macanudos, nosotros también lo seremos. Supongo que tus padres también lo son. de mi parte: ¡Bienvenido a nuestra familia! Bueno, dije lo que mis padres no se animaron a decir.
  - ¡Eso no es un pedido de disculpa! -dijo su madre.
  - Gracias Manuel por decir lo que tendría que haber dicho yo. Manuel tiene razón. 
-dijo Ricardo- Estoy enamorado de Julia y me encanta esta linda familia. Ricardo  tomó las mano de julia entre las suyas y, mirándola a los ojos le dijo:
  - Julia, te amo intensamente, prometo formalmente hacerte feliz ¿Me aceptás para que sea tu esposo y te ame y respete toda la vida??   
  - Sí Ricky, te amo. 
Los ojos de todos brillaban con lágrimas de felicidad y observaban a esa pareja de enamorados con la más tierna de las expresiones al verlos tan enamorados.
  - ¡Me corresponde ser el padrino de casamiento! -exclamó Lugo- Yo fuí artífice de este encuentro.
Julia y Ricardo se abrazaron. Mario, Sara y Manuel se les unieron.
  - Ricardo -dijo don Mario- Tienes mi permiso para besar a tu novia.


                                                                  * * *                                        Oscar Pascaner

PUEBLO CHICO


Políticos partidarios se reunieron para elegir el candidato a Intendente Municipal. 
El intercambio de reproches, insultos e injurias originaron un escándalo mayúsculo.
 - ¡Alto! -dijo el Juez de Paz del pueblo- Ninguno de ustedes tiene méritos para ser Intendente. Yo tengo el candidato.
    - ¿Quién es? -preguntó uno.
    -  No lo conocen.  
    -  ¿Quién va a votar a un desconocido?
    - ¿A quién le importa quién es el candidato?  Nuestra gente vota el escudito.            
    - ¿Tiene Registrado domicilio aquí con la antigüedad requerida por los estatutos? 
    - Desde hace más de diez años. 
    - ¿Cómo es su nombre? 
    - Su nombre no importa. Es de confianza y no cometió fechorías.
    
En las elecciones ganó el desconocido candidato del Intendente   
 - ¿Cómo ganó ese ignoto personaje sin hacer campaña? -preguntó uno.
 - Por ser el candidato del Juez. -respondió el dentista. 
EJuez y el electo Intendente saludaron a los reunidos frente a la Municipalidad. 
  - Que te quede claro -dijo el Juez al Intendente remarcando cada sílaba- la autoridad máxima del pueblo soy yo. No hagas nada sin mi consentimiento. 
    
El día de su debut como Intendente recibió a dos señoras que le plantearon la necesidad de tomar alguna medida para evitar el vergonzoso espectáculo de una jauría de perros persiguiendo por las calles del pueblo a una perra en celo  
El Intendente consideró que una nimiedad como esa, la resolvía escribiendo con tiza un escueto mensaje en la pizarra que solían ubicar en el frente del edificio municipal cuando desean comunicar alguna ordenanza, edicto o mandato:

    El que tenga perro suelto que lo ate, y el que no, no.
  
Cuando alguien le trasmitió textualmente dicho mensaje al Juez, colérico dejó su escritorio y a paso acelerado recorrió los cincuenta metros que había del Juzgado y Registro Civil hasta la Municipalidad. Sin anunciarse, entró como tromba en el despacho del Intendente.
  - ¿Qué burrada es esa de "El que el que tenga perro suelto que lo ate, y el que no". Te dije que no hicieras nada sin consultarme. ¿Creés que los habitantes de esta localidad son brutos como vos?
  - No quise molestarlo con ese tema, yo pensé... 
  - ¡No pienses! ¡No te puse en este cargo para pensar! ¡Quien decide lo que se hace o se deja de hacer en este pueblo soy yo! ¡Entendé que no sos más que una figura decorativa en este cargo! ¡la autoridad máxima soy yo! 
  - Prometo de ahora en más no hacer nada sin consultarlo previamente.
  - Se acabó contigo mi trato amistoso. Sos mi subalterno y tenés que comportarte como tal Cada vez que nos crucemos en una vereda te saldrás de ella, te pondrás de perfil y me harás una reverencia como la que se le hace a un rey. ¿Entendiste? 
  - .
 - Si señor Juez.
 - De eso depende tu continuidad como Intendente, o no. ¿Está claro?  
 - Sí señor Juez.

Los empleados y quienes se hallaban en la Municipalidad oyeron la recriminación del Juez al Intendente. Detalles de ese incidente se hizo público.
El Intendente se pasaba de vereda cuando veía venir al Juez por la que él transitaba.
  
Una fuerte lluvia nocturna anegó las cunetas existentes junto a las veredas. 
En las primeras horas de la mañana la intensidad del aguacero se hizo llovizna.
Las calles de tierra quedaron convertidas en barriales, como cada vez que llovía. 
Un grupo de diez estibadores, apoyados en la pared norte del almacén y despacho de bebidas de Rosen, aguardaban que los de Casa Klein, acopiadores de cereales, soliciten algunos hombres para algún trabajo en el interior del depósito. 
La mitad de esos hombres decidió amenizar la espera con algún trago fuerte y fueron a acodarse en el mostrador pidiendo una copa de caña, de ginebra u otra bebida. 
Uno de los hombres que quedaron junto a la pared norte del local de Rosen anunció: 
  - El Juez viene por aquella vereda y por ésta el Intendente; no podrá zafar del encuentro porque la zanja rebalsa de agua y no podrá evitar el encuentro. 

El Juez vio que el Intendente venía por la misma vereda. El Juez sacó pecho y puso sus brazos en jarra para ocupar casi todo el ancho de la acera
El Intendente se detuvo y observó el panorama: la cuneta colmada con agua y la calle embarrada le impedían una escapada decorosa. 
Optó por pararse de costado en la angosta franja con pasto que había entre la vereda y la zanja.

Al pasar junto a él el Juez le dio un "toque" con el hombro al Intendente al pasar junto a él. ese "toque" le hizo perder el equilibrio al Intendente que cayó hacia atrás, su instinto o su habilidad oportuna hizo que extienda sus brazos hacia atrás y apoye las palmas de sus manos al otro lado de la zanja. Su cuerpo arqueado evitaba el contacto con el agua. El Juez dio dos pasos más como si nada hubiera pasado, pero se detuvo y observó al Intendente con el cuerpo arqueado para no mojarse. Ante la sorpresa de quienes los observaban, le extendió su mano. El Intendente cargó todo el peso de su cuerpo en su brazo izquierdo y levantó velozmente su mano derecha para tomar la salvadora mano del Juez, pero éste, en ese preciso instante, la retiró para rascarse la nariz. El Intendente se aferró a la parte inferior del saco del Juez y lo arrastró consigo hacia la zanja con agua. 

                                                                * * *                   loscuentosdeoscarpascaner,blogspot.com